IMPASSE
Las letras se deslizaban por el cristal del reloj de arena. Pensamientos inconexos, interrumpidos, todo aquello que le gustaría gritar, arrancarlo de dentro, que flotara alejándose tras las primeras luces de la mañana.
Las palabras intentaban formarse sin éxito en el conducto y continuaban precipitándose hacia el bulbo inferior. Alzó las manos en un intento inútil de parar su caída y pronto comprendió que acabarían sepultándola.
Cerró los ojos. Sus aspiraciones se sumaron a las letras, tornando el cristal opaco, aislándola de todo lo que había allí fuera, acompañada tan sólo por su dolor, sus añoranzas y sus quimeras.
El saber que todo acabaría en breve le trajo paz, y con ella llegó el sosiego, se calmaron las palpitaciones y su respiración se volvió regular.
Al volver a abrir los ojos notó que la avalancha se había transformado en llovizna y a pesar de que las letras seguían formando frases inconsecuentes y sin sentido, lo hacían a ritmo lento. No se dejó engañar, el fin sería el mismo, la ejecución de la sentencia tan solo había sido pospuesta. No había fuga para sus versos, el reloj no permitía que sus ideas llegaran a otros oídos, se encontraba en una tumba de cristal para su capacidad de expresión, para su particular método de escapismo.
La irritación comenzó en algún punto de su estómago, y fue ascendiendo convirtiéndose poco a poco en ira. Abrió la boca con intención de tragárselas, las ideas dementes, los dulces recuerdos, los párrafos amargos, los pensamientos salobres, todo su mundo interior. Volverían a formar parte de su cuerpo. Al digerirlas los fluidos se fueron mezclando, ácida bienvenida, sangre con tinta, tinta con bilis, y poco a poco fueron inundaron sus venas, como una riada, ennegreciendo el corazón.
La tintura lo cubrió todo, órganos empozoñados, la mente a oscuras, agonizante, los latidos ralentizados, la vida escapándose habiendo perdido su función. Poco a poco se fue apagando, y no hubo más que silencio en el bulbo tras su última exhalación.
Desaparecieron las letras, desapareció la angustia, se retiró el reloj. La brisa nocturna hizo que se estremeciera, pero no llegó a despertarse, y permaneció allí, dormida, en la postura del vencido, el alma atrapada en el sueño, la cabeza descansando sobre el teclado de su ordenador.
Las palabras intentaban formarse sin éxito en el conducto y continuaban precipitándose hacia el bulbo inferior. Alzó las manos en un intento inútil de parar su caída y pronto comprendió que acabarían sepultándola.
Cerró los ojos. Sus aspiraciones se sumaron a las letras, tornando el cristal opaco, aislándola de todo lo que había allí fuera, acompañada tan sólo por su dolor, sus añoranzas y sus quimeras.
El saber que todo acabaría en breve le trajo paz, y con ella llegó el sosiego, se calmaron las palpitaciones y su respiración se volvió regular.
Al volver a abrir los ojos notó que la avalancha se había transformado en llovizna y a pesar de que las letras seguían formando frases inconsecuentes y sin sentido, lo hacían a ritmo lento. No se dejó engañar, el fin sería el mismo, la ejecución de la sentencia tan solo había sido pospuesta. No había fuga para sus versos, el reloj no permitía que sus ideas llegaran a otros oídos, se encontraba en una tumba de cristal para su capacidad de expresión, para su particular método de escapismo.
La irritación comenzó en algún punto de su estómago, y fue ascendiendo convirtiéndose poco a poco en ira. Abrió la boca con intención de tragárselas, las ideas dementes, los dulces recuerdos, los párrafos amargos, los pensamientos salobres, todo su mundo interior. Volverían a formar parte de su cuerpo. Al digerirlas los fluidos se fueron mezclando, ácida bienvenida, sangre con tinta, tinta con bilis, y poco a poco fueron inundaron sus venas, como una riada, ennegreciendo el corazón.
La tintura lo cubrió todo, órganos empozoñados, la mente a oscuras, agonizante, los latidos ralentizados, la vida escapándose habiendo perdido su función. Poco a poco se fue apagando, y no hubo más que silencio en el bulbo tras su última exhalación.
Desaparecieron las letras, desapareció la angustia, se retiró el reloj. La brisa nocturna hizo que se estremeciera, pero no llegó a despertarse, y permaneció allí, dormida, en la postura del vencido, el alma atrapada en el sueño, la cabeza descansando sobre el teclado de su ordenador.
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