APPS

 

Deslizó el dedo por la pantalla del móvil, desechando así a un cuarto candidato. Las miradas a través de un bar o entre el barullo de la pista de baile se han reducido a esto, pensó, unas facciones, un torso descubierto frente al espejo, una foto haciendo un deporte de riesgo, instantáneas que nada tendrán que ver con lo que se esconde detrás, que nada dicen de la persona retratada.

Estas aplicaciones se han convertido en las ETT del amor, sonrió con tristeza, los sírvase usted mismo, todo incluido. E imaginó unos eslóganes que nada tenían que ver con lo publicitado: si no le gusta lo que ha encontrado, no se preocupe, no desespere, hay cientos más de dónde elegir. No hace falta que ahonden ni lleguen a conocerse, a la primera discrepancia, al primer malentendido, deseche, no se conforme, huya del compromiso.

Perfecto para estos tiempos que corren, se dijo, en los que todos andamos desorientados, y los que hemos alcanzado la treintena estamos escarmentados y doloridos, rotos y recompuestos, y ya tan sólo desconfiamos. Poco importa que el siguiente en la cola no tenga la culpa de los desperfectos ya ocasionados, que venga de buena fe y con amor a raudales en oferta. Los escudos ya han sido izados, mejor dejarlos en posición de alerta.

Éste me gusta y tenemos intereses comunes, pensó mientras examinaba el perfil de un chico talludo y con greñas, de mirada áspera y sagaz clavada en el objetivo, que más que verse se adivinaba, ya que estaba parcialmente oculta por el pelo. El zagal lucía una camiseta desvaída con el logotipo de un grupo de rock de los de toda la vida, de cuyas mangas asomaba evidencia de las muchas horas invertidas en un salón de tatuajes. Tampoco faltaba, como era de esperar, una instantánea posando frente a una moto tipo chopper, de compra más reciente esta vez la camiseta, a juzgar por el buen estado de la imagen serigrafiada sobre el algodón. Idénticos, eso sí, el semblante socarrón y los aires de perdonavidas.

Dudó, sin embargo, antes de pulsar el icono con el corazoncito, el dedo retenido por la pereza, que renacía, a hurtadillas, junto con el interés. Qué necesidad tengo yo de meterme en estos berenjenales, musitó, molesta consigo misma por verse pasar de nuevo por este proceso, más aún sabiendo cuál era el inevitable final. En la gran mayoría de casos no existía un deseo real de llegar más allá del cortejo, del flujo sanguíneo y las palpitaciones galopantes de la caza, el bajo riesgo y el bajo coste, las pequeñas y grandes mentiras, las conversaciones que se iban espaciando hasta desaparecer por completo. No había adiós ni hasta luego, sólo vacío y sinsabor.

No es sólo la economía la que está en crisis, se dijo, las relaciones humanas participan del trance, se han devaluado, como nuestras habilidades y trabajos. Mini-contratos y micro-relaciones, las dos mal pagadas con sus respectivas monedas, dinero y amor. El tiempo está maldito para dar cobijo a la monogamia, a la creencia obsoleta de que el sexo abre puertas a otras formas menos carnales de intimidad. El romanticismo y el amar colgando del cáñamo de una cuerda, pendulares, desfasados, incapaces de rebasar esa puerta que esconde una pared de ladrillo contra la que se da de bruces la ilusión. Estos tiempos, en los que el porcentaje de imperfecciones no ha de rebasar el cero por ciento, en los que se nos pide ser perfectos. Fútiles son las virtudes, la autenticidad de los sentimientos o tu valía y contradictorias las exigencias, al estar falto de dicha perfección el peticionario.

Su ensimismamiento la había distraído de la tarea, de su búsqueda infructuosa, como burro tras zanahoria. Por un momento pensó en borrar la aplicación, pero la duda le susurró palabras de aliento al oído. Ahí va nada, suspiró, presionó el sí y se dispuso a chatear.

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