DESENGAÑOS



Miró a través de la grieta para comprobar si era cierto que la hierba siempre es más verde al otro lado. Su abuela siempre le obsequiaba con este tipo de refranes, teniendo siempre uno a mano para cada ocasión.

Quería ser como Alicia, pero manteniendo su propia voz, sentarse en el muro sin que nadie la convirtiera en su peón. No era tarea fácil, lo sabía. La creatividad femenina se hallaba amordazada en su mundo, convertida en ruido uniforme de fondo. En la escuela le habían mostrado lo que les ocurría a las disidentes, las Plath y Woolf de estos tiempos modernos, la trascendencia de su obra mermada por sus actos finales, y no alcanzó a entender por qué no ocurría lo mismo con sus homólogos masculinos. El resto acarreaba su silencio, temerosas del paso del tiempo, que todo lo ajaba.

Y pensó en las mujeres bellas, y como su belleza era en realidad una entidad con vida propia, por la que se las juzgaba, desligada de la persona y sus capacidades, divergiendo del resto de sus aptitudes y condenando a su tenedora a ser tan sólo un reflejo insulso de lo que se guarda en el interior. Muchas sucumbían y ya solo existían en el iris ajeno, siervas de su vanidad.

Había observado a sus mayores, fraccionadas en la búsqueda de un alma gemela, destruyendo en el proceso parte de su identidad. Se preguntó en qué momento comenzaría a desarrollar ella esa misma necesidad, sin darse cuenta de que las promesas contenidas en sus relatos de infancia ya hacían mella en su libertad.

La pequeña no quería conformarse. Debía de haber un término medio entre la locura y la anulación de uno mismo, ya que ambas equivalían a la pérdida de voluntad. Con expresión seria y la ingenuidad de sus años palpó el suelo, buscando el vial con la pócima que le permitiera huir por aquella ranura, diminuta, corriendo por el césped, en pos de su felicidad.

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