BELLACO CON V


El crujir de huesos bajo su suela le hizo sentirse gigante, colmó su hombría y acalló cualquier reparo. Absorto en su victoria, no reparó en las caleidoscópicas llamas que nacían, una a una, sobre la hierba del prado. Satisfecho con su hazaña, partió, sin siquiera echar un vistazo a lo que quedaba atrás. 

Rutilando, la creciente luz de las llamas proyectó su sombra contra el muro del mundo, revelando un diminuto contorno tan solo henchido de la mezquindad y bisoña maldad del que reniega de su naturaleza y vive sometido a la notoriedad y el agrado ajeno. Las llamas le observaron sin atreverse a vaticinar al caminante la semidicha que le depara, como a todo aquel que es leal a tanto ardid en la vereda de la vida.

Las llamas iluminaron con un estallido la zona circundante y sembraron de ceniza aquel pastizal. 

El fénix alzó majestuosamente su vuelo, y, mientras el suelo se alejaba, se preguntó por un instante quién sería aquella silueta alejándose y, al no hallar respuesta entre sus recuerdos, extendió aún más sus alas y partió en pos de su ansiada dicha, alejándose de aquel paraje sin echar la mirada atrás.

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