ADIEU

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Le dijo adiós y le pidió por última vez perdón. Él no llegó a oírlo, la distancia lo impedía. Era el eco de un adiós repetido innumerables veces con desgana, pero esta vez le acompañaba una sonrisa soñadora y ensimismada. 

Con la pulidora había ido decapando recuerdos y sentimientos, descartando el robín y la podredumbre y almacenando todo aquello que aún la hacía sonreír, las consecuencias bienhechoras, las músicas y poemas. 

El deseo se había consumido a sí mismo, era otra resonancia distante y rítmica, a la que ya no acompañaban sus caderas. La ira había muerto, el desengaño andaba en reverso, la espera había vuelto a poner en marcha el reloj. 

La vida continuaba a ambos lados de la barrera que precipitaba el fin de esta insólita historia de desamor, una gradualmente floreciendo con la mirada perdida en el mar, las huellas que la habían llevado allí borradas por el fluir de las mareas, la otra, quizás, prosperando a la sombra de los escarpados picos nevados, la felicidad asomándose a ambos parajes para acariciarlos y arroparlos. 

Con la despedida exhala un beso y lo impulsa con el pensamiento, dándole alas que le permitan recorrer, siguiendo una estela que poco a poco desaparece, el trecho de tiempo y espacio que les separa. Se dio la vuelta, no para desandar la senda que aquí la llevara, sino para prestar atención a su nueva brújula interior. No hubo ni un segundo de demora, se apartó el pelo que el viento le empujaba hacia la cara, y comenzó a andar.

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